Day 15: Libélulas
Mi piso de Carroll Gardens está lleno de libélulas. No son reales, sino dibujos repartidos por toda la casa.
Nueva York está lleno de libélulas. Encontrarás dibujos de estos pequeños insectos en tiendas, bares, restaurantes, collares, pulseras…
En el mundo occidental, las libélulas son símbolo de suerte, fortuna y éxito. Para mi la libélula tiene otro significado. Es el símbolo que identifica todo lo que estoy viviendo estas 3 semanas. Es el símbolo de mi sueño y el símbolo de esta ciudad.
Uno de mis temores al volver a Barcelona, es olvidar todo lo que quiero llevar acabo. Cuando te sumerges en la rutina diaria, la mayoría de las veces te olvidas de quien eres, que es lo que quieres y te convences de que tu único camino es trabajar en una oficina, ir al gimnasio y volver a casa por la noche. Olvidas que tus deseos puedes hacerlos realidad y los arrinconas debido a las idas y venidas del día a día.
Me aterra volver y que la monotonía de mi vida me haga olvidar.
Por eso he decidido llevar a cabo un algo. Una idea descabellada para muchos, pero que para mi significa TODO. He tomado la decisión de tatuarme una pequeña libélula en mi muñeca izquierda, de esta manera cada vez que lo mire en el trabajo, en mi casa o donde esté, hará que no olvide quien soy, cual es mi sueño y que lo que deseo está por llegar.
Así que en mi day 16, he decidido dar una vuelta por el West Village y buscar un sitio de tatuajes decente.
En el primer sitio visitado, el tatuador se ha negado a hacerlo ya que un artista de reputación, no tatua dibujos con un tamaño inferior a un palmo. Como no me veía conviviendo con una super libélula y lo que buscaba era algo muchísimo más sencillo, fuí en busca del tatuador número 2.
Paseando por la calle Macdoughal entré en Addiction Tattoo (116, MacDougal Street). Un hombre de unos 35 años, guapo de verdad, tatuado de pies a cabeza con un sombrero cool, me dió la bienvenida. Le expliqué el tipo de tatuaje que quería y otra vez me volví a encontrar con una respuesta parecida. A la tercera vez de insistir que sólo quería 4 líneas, empezó a dibujar libélulas en un papel, hasta que de repente me dijo, “te puedo tatuar una de este tamaño pero no más pequeña”. Al ver esa mini libélula, supe que era la mía. Acepté dibujo y precio y a los 5 minutos estaba sentada en esa silla imaginando a mi padre preguntándole a mi madre, “Que estará haciendo Bianca en estos momentos?”. Ni por asomo se imaginaban que su hija de 31 años estaría sentada en una silla en posición donando sangre, tatuándose un bicho a medio centímetro de las venas.
La muñeca es un zona sensible y tengo que reconocer que no disfruté nada. Cuando acabó me puso una venda y salí a la calle. Al ver que llevaba una venda en mis venas, me tapé la zona para que no pensara la gente que era una niña suicida depresiva.
Llegué a casa, me saqué la venda y ahí estaba, mi libélula. Sentí ilusión por haber llevado a cabo mi pequeño tatuaje. Me acicalé y fuí corriendo a la fiesta de Ana.
Ana es una amiga de Barcelona con la que todavía no había tenido oportunidad de coincidir. Durante todo el mes de agosto está alojada en un loft de Cedar Street. El salón tiene unas vistas impresionantes al World Trade Center. En una de esas ventanas hay un albúm de fotos hechas por el propietario del piso, amigo de Ana y fotógrafo profesional. El albúm recoge todo lo que vivió ese piso durante el 11S. Aquel salón había estado cubierto por montañas y montañas de cenizas. Todas esas fotos me pusieron los pelos de punta y no podía creerme que ese edificio hubiera soportado el derrumbe de las torres gemelas. En la cocina, había un tarro de cristal lleno de esas cenizas históricas.
Ana había invitado a unos 20 amigos españoles. La mitad de esas personas vivían en NY y la otra mitad estaban de visita como yo.
En la fiesta conocí a un chico catalán, de unos 30 y pocos, estudiante de neurología y residente en NY. Estuvimos hablando un buen rato y tengo que reconocer que si yo no estuviera de visita, le hubiera pedido el teléfono para quedar algún día. Me pareció una persona muy interesante, pero debido a mi timidez no lo hice.
Después de estar 5 horas en ese piso y viendo que eran la 1.30 de la madrugada, decidí volver a Brooklyn y adentrarme en la experiencia de coger el metro a altas horas de la madrugada.
Al llegar a la parada y pasar mi Metrocard, pude comprobar que estaba expirada. Saqué mi saquito de monedas y fuí a las máquinas a comprarme un billete. No fue nada agradable saber que ninguna de las máquinas funcionaba. No había nadie y tampoco había manera de colarse. A los 2 minutos de estar ahí sin saber que hacer, entraron 2 mujeres inmensas. Les pedí por favor que me dejaran colar porque las máquinas no funcionaban. De repente una me miró y soltó un “Whatever”… Al meterme con ella en la entrada giratoria, mi bolso se quedó atascado y no podíamos avanzar. Después de arrancar el bolso de los barrotes, por fin entré en el metro bajo la mirada de la mujer que me decía a gritos ….Damm White Chick.
Al llegar a casa di las buenas noches a mi mini libélula, un símbolo protector que me guiará hacia todo aquello que quiero llevar a cabo.