Day 20: ¿Ya se acaba?
Cuando te acercas al final de un viaje, no paras de pensar que se acaba el tiempo. Cada minuto, hora y segundo que pasa te torturas pensando en tu vuelta a la rutina, a tu piso, a tu vida.
Ahora mismo es exactamente lo que estoy viviendo.
Mi segunda noche en casa de los vampiros ha ido un poco mejor que la primera. Dormir bien, no he dormido, pero gracias a las 2 copas y el cansancio acumulado de la noche anterior, apenas he notado la tabla de madera incrustada en mi columna.
He repetido Toasted Onion Cream Cheese Bagel en Connecticut Muffin.
Cuando estaba apunto de tomar prestada una de las bicicletas vampirescas para adentrarme en Prospect Park, se ha puesto a llover.
En vez de bici, he cogido mi café y he dado una vuelta caminando por el parque. He quedado maravillada. En Prospect Park no hay turismo. Más que un parque, parece una perrera municipal. Si te gustan los perros como a mi, vas a disfrutar de lo lindo. Manadas de perros corriendo con sus dueños, nannies o paseadores contratados.
Es un parque precioso, muy verde y sobre todo muy relajante. Confieso que me ha gustado más que Central Park.
Lo recomiendo enormemente. Para llegar a Prospect Park coge desde Manhattan el F train y baja en 15th Street-Prospect Park. Encontrarás la entrada principal del parque justo delante del metro y verás también Connecticut Muffin.
Mi paseo ha sido breve ya que el tiempo no acompañaba. Hoy no tengo plan. Tan sólo me quedan 2 días y aunque me esfuerce en no pensar en mi vuelta, me es imposible.
Tengo curiosidad como irá mi retorno a Barcelona, que pasos seguiré, que decisiones tomaré, cómo se va a desarrollar mi vida en los próximos meses.
Vuelvo a Manhattan para dar una de mis últimas vueltas por el West Village, especialmente por Bleecker, mi calle favorita.
Como en un Deli y confieso que he vuelto a comprarme uno de los cupcakes de Magnolia, esta vez de coco. Me siento en una de las escaleras de uno de los edificios de West 11th Street. A los cinco segundos me rodean seis gorriones neoyorquinos que me reclaman a gritos unas migas.
Sentir que tus vacaciones llegan a su fin, te obliga no volver a casa antes de las doce de la noche. Tan sólo me queda un día entero + medio día.
Cada vez que vengo a Nueva York tengo una tradición justo la noche antes de mi vuelta. Como mañana han pronosticado fuertes lluvias, he decidido llevarla a cabo hoy. No es más ni menos que pasearme por Times Square mientras me zampo un Hot Dog contemplando las miles y miles de pantallas que me rodean. Chupar esa energía guiri e irme a dormir.
Después de ir a uno de los cines de la zona, he comprado un Hot Dog en una de las paradas de la calle y me he sentado en medio de Times Square (lugar que con el tiempo he acabado realmente odiando)
Hace poco que el 50% lo habilitaron al peatón reduciendo el tráfico y despejando esos nudos y nudos de humanidad que se generaban en las aceras poco anchas. Puedes pasear tranquilamente y sentarte en una de las sillas que están posicionadas en medio de la plaza.
Eran las 23.30h y he creído conveniente volver. A las 0.00h mi tren de Brooklyn hace cosas raras debido al mantenimiento de las vías, como por ejemplo saltarse paradas.
Llego a mi parada y justo en la rotonda que hay delante, me topo con un camión de bomberos apagando un mini, mini fuego en la plaza.
Mi debilidad por los bomberos neoyorquinos vino después de ver la película Llamaradas. Una vez vienes a esta ciudad y te das cuenta que los bomberos son de calendario, cada vez que oyes un camión, tu deber es pararte, mirar y alabar. Si tuviera un marido bombero neoyorquino, le dejaría dormir con ese atuendo.
Me despido de los bomberos y llego al castillo.
Es mi penúltima noche en Nueva York y algo no me deja dormir. Esta vez no es la tabla pegada a mi espalda, sino algo más profundo, una tristeza indescriptible que me hace saber que mi destino está ahí, pero que debo volver a Barcelona para encontrar la forma de regresar.