Day 2: Vuelta de reconocimiento
El Jet Lag me ha despertado a las 5.30 de la mañana pero he decidido no levantarme hasta las 6.30am.
Una vez con mi cream cheese bagel en el estómago, he salido de casa a las 8.30h atravesando el parque de Carroll Gardens (tercer parque más antiguo de Brooklyn) hasta llegar a la parada de Carroll Street de la línea F.
He pensado que la mejor manera de empezar mi primer día es hacer una vuelta de reconocimiento por Manhattan y no se porqué me he bajado en Delancey Street.
Y ahí estaba yo, 8.50 de la mañana en pleno centro de Chinatown.
A esas horas me vi rodeada de cajas de pescado, frutas, verduras y aves colgando de un gancho. El olor era de lo más agradable. Toda la comunidad oriental de la zona me miraba por ser la única mujer que pasaba por ahí. Aceleré el ritmo y poco a poco el escenario iba cambiando. Por fin llegué al Soho.
Subí por Broadway y giré a la izquierda en Bleecker para poder llegar al West Village. A paso ligero miraba de reojo los escaparates que aún permanecían cerrados. Hasta que llegué a la famosa pastelería Magnolia Bakery.
Una vez finalicé mi ruta express por el Soho, volví al metro para ir a comer a Central Park y reposar mis pies.
De camino paré en un Best Buy de la 5a avenida para comprarme un teléfono prepago. Necesitaba quedar con gente durante mi viaje y mantener contacto con mis padres. Lo más barato (en casos como el mío) me salía más a cuenta esta opción que recurrir a mi móvil. Teléfono Nokia, 15$ de tarjeta prepago y la tarjeta SIM. Precio total: 30$.
Recordaba que había una Deli enorme en Lexington. Me serví una ensalada del Salad Bar y subí hasta la calle 86 para entrar por una de las puertas principales del parque. Esta entrada me lleva directamente a los árboles que se encuentran entre el campo de Beisbol y el castillo de Belvedere. Un sitio ideal para hacer un picnic y echar una siesta.
El calor era asfixiante. Llegué al árbol, me puse bajo la sombra y me descalcé. Pensaba que me iba a desmayar. Comí y me estiré en la hierba. Durante 1hora me quedé mirando el cielo, pensando «ya estoy aquí».
Una vez más algo raro sentí. Me entró una tristeza muy grande al pensar que aquello era temporal, que no era real. Lo único que se me pasaba por la cabeza era «que es lo que tenía que hacer para quedarme».
Me levanté y seguí caminando con los pies atrofiados.
Después de muchos meses dándole vueltas y estudiar formas de pago, había llegado la hora de comprar un Mac.
Por proximidad, aunque sabía que era un suicidio, decidí entrar en el Apple Store de la quinta avenida, justo delante del Hotel Plaza y de la juguetería Fao Swartz. Si podéis evitar ir a esta tienda, mucho mejor. Es un agobio.
Una vez ahí no me lo podía creer, no sólo había cola para pagar, sino que también había cola para mirar. Horrorizada y medio mareada por el calor, pregunté a la chica que había en la puerta cual era la tienda Apple más cercana. Siguiendo sus instrucciones llegué a la tienda Apple Store de Broadway con la 67. Un escenario totalmente diferente. Entré, pedí el ordenador y pagué a través de un Iphone tuneado donde imprimía a su vez el recibo de la transacción.
Agarré mi tesoro y al borde del desmayo, cogí un taxi para llegar al piso.
El taxista, un hombre de unos setenta años llamado Kenneth Cellucci me contó toda su vida. Nacido en Hell´s Kitchen y exmiembro de una pandilla de adolescentes que se dedicaban a pegarse con irlandeses. Había sido militar y llevaba 32 años conduciendo su taxi en Nueva York. En dos meses se jubilaba. Su taxi y su casa estaban en venta y se iba a vivir con su hija a Connecticut. Me comentó también que antes su culo era redondo, pero que al estar tantos años sentado, se le quedó plano. Ahora su objetivo era recuperar forma haciendo ejercicio y disfrutando de la vida.
Después de la buena compañía de este buen hombre, llegué a casa, cené, encendí mi ordenador y empecé a escribir.
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