Hace ya 6 años pisé por primer vez NY junto a mi padre, ambos con mucha ilusión, era nuestra ciudad soñada y fue maravilloso, un sueño cumplido pero me quedé con ganas de más, y desde entonces han sido muchas las veces que me lo he planteado.
Quería haberlo hecho el año pasado, pero por un motivo de salud se truncó …
Este año, a mis 35 añitos, resulta que me encuentro atravesando lo que viene siendo una crisis existencial, no me siento feliz con mi día a día, en mi trabajo no me siento realizada ni valorada y oculto la nostalgia de vivir en pareja tras la libertad de ser soltera. Además mi reloj biológico no deja de recordarme que empiezo a entrar en una “final countdown” irremediable, así que llegado ese momento de caos monumental, sentí la necesidad urgente de bajarme de esa rueda de hamster a la que me había subido, sentí que era el momento de volar sola muy lejos y encontrarme, pero ya!… ¿y dónde mejor iba hacerlo que en la ciudad que me robó el corazón hacía 6 años? así que sin pensarlo, compré mi billete a NY.
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Afortunadamente no tuve ningún miedo inicial, era tal el deseo de cruzar sola el charco, sentirme “Sola en Nueva York”, vivir la experiencia y encontrarme conmigo misma, que no había lugar para los miedos. Pero sí he de decir que me preocupaba, y mucho, la idea de que ocurriera cualquier cosa a nivel familiar aquí en España y yo estar tan lejos.
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Uno de los momentos más bonitos e intensos del viaje, fue justo al llegar cuando me subí al taxi.
Recuerdo salir del JFK como si alguien me persiguiera (tenía tantas ganas de llegar) y pensar: Voy a coger el “Air train” que oye, es más barato y total… Pero de repente, una vocecilla en mi interior (rollo Ángel bueno y Ángel malo ¿sabes? jaja) me dijo: Perdona? de eso nada!! Tú te coges tu taxi amarillo y entras en Manhattan a lo Carrie Bradshaw y para allá que fui, me planté en la cola y cuando me asignaron el taxi, recuerdo ir hacia él “caminando medio raro” jajaja y mirar al señor como si fuera un sueño…
Subida en el taxi, me sentía emocionada, tanto que lloré de felicidad y al ver al fondo como se veían los rascacielos que se hacían cada vez más y más grandes, el corazón se me aceleraba y es que estaba llegando.
¡Ahora sí! Estaba sola en Nueva York, no me lo podía creer, ahí es cuando me di cuenta de que era verdad y la felicidad salía por todos y cada uno de los poros de mi piel.
Fue entrar en Manhattan, llegar al lugar donde me hospedaba (Tribeca), soltar equipaje, bajar, pisar suelo firme, levantar la mirada y en medio todos esos enormes rascacielos, lejos de sentirme pequeña, por primera vez en mucho tiempo, me sentía grande.
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Fui sin nada planeado, a dejarme llevar, y cada día al despertar mirando por mi ventana, decidía qué hacer ese día… jamás olvidaré aquella ventana.
Cada día que pasaba mi felicidad aumentaba, era un “aquí y ahora” constante, cualquier calle, rincón, sonido, olor, visualizar una situación, hablar con alguien… todo eran emociones que desembocaban en pensamientos, en reflexiones … Cada día iba aprendiendo algo nuevo de mí.
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Recuerdo sentir dolor en la cara por no dejar de sonreír a cada instante, todo el tiempo sentía como una electricidad dentro de mi impresionante, me sentía imparable.
El día más intenso fue cuando me encontré sola tirada en el césped de Brooklyn Bridge Park mientras veía caer el sol tras Manhattan.
Me sentía libre, poderosa, más yo que nunca, capaz de todo, plenamente dueña de mi vida y capaz de llevar a delante cualquier decisión por más loca que pareciera … Pero lo que más me invadió fue un sentimiento como de estar en casa, sentí que ese era mi sitio de una manera muy intensa.
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Respecto a lo que más me gustó de toda la experiencia fue, lo bonito de sentir la felicidad extrema de poder llegar a estar sola y conectar a tal punto de sentirte plenamente a gusto contigo misma, sin miedos y libre.
Después de haber vivido toda esta experiencia en solitario con todo lo que conlleva a nivel personal, había llegado el momento de recibir a mi padre los últimos 5 días de viaje. Fue el broche de oro a mis dos semanas Sola en Nueva York. Fueron 5 días intensos, de muchas conversaciones padre e hija, de compartir lugares y momentos inmejorables e inolvidables. Mi padre no es solo mi padre, sino mi mejor amigo y el amor por esta maravillosa ciudad es una cosa más que compartimos, desde aquí quiero darle las gracias por como es y la educación que junto con mi madre me han dado.
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Para mi totalmente, este viaje a Nueva York ha significado un antes y un después en mi vida, me había perdido, y allí me encontré de nuevo, y no solo eso, sino que cambié y mejoré, volví no siendo la misma.
La energía de Nueva York corre por mis venas cada día desde mi vuelta con una intensidad que asusta jeje… Esta ciudad me ha poseído de tal manera que solo puedo pensar en volver, siento que hay algo de mi que me he dejado allí y es necesario volver para recogerlo jajaja… Recuerdo ese día que me sacaron la foto en el Top Of The Rock, mirando a mi Empire State querido susurré bajito: Sr. Empire me rindo a sus pies, desde hoy y para siempre soy toda tuya jajaja
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Si hay alguien que se esté pensando viajar sola a Nueva York, le diría que fuera los miedos, pásales por encima, del otro lado está la felicidad y la satisfacción de vivir una experiencia única e irrepetible en la vida, algo que por más que una quiera, es imposible describir con palabras, hay que sentirlo, así que… A DELANTE VALIENTE!!